sábado, 4 de junio de 2011

A.    Carrel y La Incógnita del Hombre
Manera de alimentarnos, ejercicios al aire libre, nutrirse de la cultura y frecuentar la soledad terapéutica. Son la esencia de este libro del doctor Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina en 1912, que fue muy leído a mediados del siglo pasado. No es un libro de los llamados de autoayuda. Se trata de una de las críticas más severas a nuestra manera de vivir dentro de la civilización industrial. No es contra la civilización industrial sino cómo vivimos dentro de ella.

A mediados del siglo pasado se dio a conocer, en español, esta obra que cuestiona la vida moderna, la falta de convivencia con la naturaleza, el exceso de confort y el desorden en el modo de comer. El autor, científico francés estadounidense, quiso poner de manifiesto el peligro de la gordura en el que estaba cayendo el pueblo estadounidense de la primera posguerra. Dedicó un escrito lírico  con apoyo científico a sus causas y efectos.
Lejano, el pueblo mexicano veía este proceso de decaimiento en los norteamericanos sin reparar que, en muchos aspectos, no obstante la animadversión histórica, somos una copia suya  de las cuestiones menos trascendentes. Carecemos, no como individuo pero sí como pueblo, de defensas culturales para la necesaria  disyuntiva.

Un ejemplo. Consumimos más refrescos de cola que ellos, que fueron los inventores de esta bebida. Medio siglo más tarde las estadísticas se habían revertido. Ahora los mexicanos vivimos en la metamorfosis, mudamos la forma. Ocupamos,  en el mundo, el primer lugar de individuos con sobre peso corporal. Y con eso llegó un rosario de enfermedades.

Ahora el libro La incógnita del hombre no es tan leído como entonces. No perdió su vigencia, sólo que su presencia provoca remordimiento. Como cuando dejamos de lado la dieta salvadora en la comida. Abrir las hojas de este libro es encontrar que dejamos de hacer ejercicio, cultivamos el sedentarismo y abandonamos la terapéutica soledad. Un ejemplo: compró un teléfono celular y le proporciono mi número a cien conocidos. Al menos cincuenta de ellos estarán marcando mi teléfono en el trascurso del día.

“Junto con la disminución del esfuerzo muscular y de la adquisición del bienestar, los seres humanos han aceptado gustosamente el privilegio de no estar nunca solos, de disfrutar de las continuas diversiones de la ciudad, de formar parte de inmensas multitudes, de no pensar nunca.”

La soledad terapéutica y el caminar es considerado ahora como perteneciente a un estatus social  inferior: “La soledad se considera como un castigo o como un lujo raro…Hoy no es preciso andar. Los ascensores han substituido  las escaleras. Todo el mundo viaja en autobús, tranvías o taxis, aun cuando sea muy cerca la distancia a recorrer. Los ejercicios  corporales naturales, tales como andar y correr sobre terreno accidentado, el alpinismo, la labranza manual de la tierra…trabajar expuestos a la lluvia, al sol, al viento, al frío, al calor, han cedido su lugar a los deportes metódicos que apenas sí implican riesgos y las máquinas suprimen el esfuerzo muscular”.

Ponemos un ejemplo de lo anterior. Quien lo creyera, pero una de los más cuestionables inventos, en el espacio de la cocina, es la licuadora. Gasta energía eléctrica y requiere de agua para lavar el vaso. Dos recursos por los que ahora hay guerras en  el planeta y se eleva la temperatura local y global. Y su dentista le dirá que los licuados   vuelven blandengues las encías al ya no masticar cosas duras como la manzana, la zanahoria, etc.

Carrel insiste en el ejercicio al aire libre desde la óptica del hombre de la ciencia médica: “Correr por terreno áspero, escalar montañas, luchar, nadar, cortar leña en los bosques y labrar la tierra, la exposición a las intemperies, la temprana responsabilidad moral y una cierta rudeza de la vida proporcionan la armonía de los músculos, de los huesos, de los órganos y de la conciencia. De este modo los sistemas orgánicos  que permiten que el cuerpo  se adapte al mundo exterior, se ejercitan y se desarrollen plenamente”.



Alexis Carrel
Feliz circunstancia que los gobiernos procuren la vida digna de los ancianos. Pero aun los viejos tendrían que seguir viajando en el devenir. Es una metáfora. No quedarse parados en la estación  viendo que el tren partió sin ellos. Durante la juventud muchos se refugian en alguna enfermedad inventada (ver en este mismo blog: “Stekel y la enfermedad inventada”) para seguir siendo el centro de atención del grupo. La vejez suele agarrarse con el mismo fin. Carrel lo advierte: “La vejez parce retrasarse cuando el cuerpo y el espíritu siguen trabajando”. Depender de los pasamanos para descender, o subir a los distintos niveles del metro, es una precaución que puede evitar alguna caída con la consecuente lesión, lo que sería más grave en la gente grande por las fracturas de huesos, ya no tan fácilmente regenerables. Pero también depender del pasamano evita ejercitar el equilibrio tan necesario para el sistema nervioso…

El autor no está en contra de la civilización industrial sino en la preponderancia que ésta tiene sobre el humano. Lo único que en la sociedad laica  puede tener preponderancia sobre el humano, es el Humanismo: “En lugar de parecer una máquina producida en serie, el hombre habrá  de acentuar su unicidad. Para reconstruir la personalidad, debemos romper el marco de la escuela, de la fabrica y de la oficina, y rechazar los principios mismos  del civilización tecnológica”.



Alexis Carrel (Sainte-Foy-lés-Lyon, Francia, 28 de junio de 1873 - París, 5 de noviembre de 1944). Biólogo, médico, investigador científico y escritor francés. Por sus contribuciones a las ciencias médicas fue galardonado con el premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1912. Julius H. Comroe, profesor emérito del Cardiovascular Research Institute (University of California at San Francisco) escribió: "Carrel ganó el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1912, y no lo ganó por alguna investigación oscura y esotérica, sino «en reconocimiento a su trabajo acerca de sutura vascular, y trasplante de vasos sanguíneos y de órganos». Entre 1901 y 1910, Alexis Carrel, utilizando animales de experimento, efectuó todas las acciones y desarrolló todas las técnicas conocidas hoy en cirugía vascular (...)"[1] En Francia, fue honrado con la Ordre national de la Légion d'honneur (Orden de la Legión de Honor). Fue miembro de la Accademia de Lincei (Pontificia Academia de Ciencias). En 1912 fue testigo ocular de una curación extraordinaria en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, lo cual significó el comienzo de un cambio progresivo en su vida, que lo llevó del escepticismo a la fe. Hoy es considerado uno de los conversos más famosos de Lourdes.

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